La violencia familiar, el virus contra el que aún no hay vacuna

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Alejandra Salazar

La violencia contra la mujer está en todos lados, es omnipresente, según advierte la Organización Mundial de la Salud (OMS), pero es el hogar –el lugar donde deberíamos estar más seguras—, en el círculo de personas más íntimo, donde se presentan las agresiones con mayor frecuencia. 

Además,  los esfuerzos para que las nuevas generaciones cambien este paradigma parecen no estar dando resultados: son precisamente las jóvenes entre 15 y 24 años quienes más sufren la violencia familiar, particularmente en estos tiempos de pandemia.

Sí, hoy enfrentamos un virus más letal que cualquier otro: la violencia generalizada de los hombres contra las mujeres y como dice el director general de la OMS, el doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus, “no tenemos vacunas para ponerle freno”.

A escala mundial, señala el informe más reciente de la organización, una de cada tres mujeres sufren violencia física o agresiones por parte de su pareja o, bien, por parte de otras personas. Si lo ponemos en números eso aterroriza: estamos hablando de 736 millones de mujeres.

En Jalisco, la situación no es muy diferente. Durante 2020, el contexto de aislamiento social que vivimos, llevó a que se registrara un récord en denuncias por violencia familiar: 13 mil 732, la cifra más alta desde 2015 con un aumento de casi 5 por ciento con respecto a 2019 y más de 60 por ciento con respecto a hace 6 años.  El encierro nos hizo más vulnerables. 

Aún no hay cifras, precisas para determinar el crecimiento del problema durante el confinamiento. Pero ONU-Mujeres ha recopilado historias que aterran. Esta organización estima que durante  los primeros meses, para abril de 2020, ya existían en el mundo 243 millones de mujeres víctimas de la violencia entre los 15 y los 49 años. 

La violencia familiar, nos dice la OMS, es resultado de un coctel de factores que se viven, día con día, lo mismo en lo individual que en núcleos más amplios como la familia y la comunidad. El maltrato infantil, los bajos niveles educativos, la normalización de la violencia familiar, las masculinidades tradicionales, la brecha salarial entre hombres y mujeres y, en general, la desigualdad, influyen para que este comportamiento sea perpetuo.

Esta realidad, aunque parezca inverosímil, además de todo el dolor que provoca detiene nuestro progreso como sociedad. Hay una realidad que muchos se niegan a ver, la violencia en razón de género nos cuesta y nos cuesta mucho: la atención a las víctimas, las pérdidas por el abandono de sus trabajos y el costo relacionado con las respuestas del sistema judicial a escala global alcanzan una cifra de 1.5 trillones de dólares. 

¿Cómo rompemos el círculo vicioso en que se ha convertido la violencia? ¿Cómo acabamos con este grave problema que nos lastima a las mujeres pero que lacera a toda la sociedad?

La pandemia también nos ha abierto los ojos a soluciones innovadoras. En algunas partes del mundo, por ejemplo, las compañías de telefonía móvil abrieron sin reestricciones las llamadas a las líneas de ayuda sin importar el saldo de los celulares, lo cual ha permitido atender a supervivientes de episodios que de otra forma habrían tenido resultados fatales. 

En España, además, un servicio de mensajería en línea que geolocaliza a las víctimas les ofrece apoyo psicológico inmediato. Se han creado códigos especiales para que las mujeres hagan con discreción la denuncia en farmacias, bares, restaurantes, centros comerciales y otros espacios públicos donde el personal ha sido capacitado para brindarles ayuda y protegerlas. 

En el Reino Unido, los carteros y personal de las empresas de entregas a domicilio han sido entrenados para detectar signos de abuso y violencia. Los procesos de justicia virtuales también han sido útiles para mejorar la protección de las víctimas y acelerar los procedimientos.  

Naciones Unidas ha emprendido un programa que se basa en 7 estrategias para la prevención: fortalecimiento de habilidades para construir relaciones sanas, empoderamiento de la mujer, garantizar servicios, reducir la pobreza, crear espacios seguros y propicios para las mujeres, prevención del abuso infantil y, la más importante, impulsar un cambio de actitudes, creencias y normas. 

Sí. Es ahí donde tenemos que poner mayores esfuerzos, en la reeducación. Para que las víctimas entiendan que la violencia que se ejerce en su contra ni es su culpa ni es normal ni está bien. Para que los agresores también se den cuenta de eso. Para que como sociedad seamos capaces de transformar usos y costumbres, prácticas culturales que justifican y perpetuan la violencia.

Es un trabajo que exige mucho esfuerzo, de parte de todos, y que lamentablemente puede llevar generaciones antes de que los resultados comiencen a verse. Justo por eso es importante que no sigamos dilatandolo, que las autoridades dejen de poner pretextos y actúen.

Nada hay más decepcionante que un gobernante asegurando que no puede reducir la violencia familiar porque no puede meterse a las casas para proteger a las mujeres. Lo que se debería de hacer, lo que debemos hacer como sociedad, es precisamente esforzarnos para que la cultura de la paz y el respeto logren colarse  por todas las rendijas posibles a todos los hogares. Y ahí, los gobiernos, tienen mucho trabajo. 

Desarrollar la vacuna contra esta enfermedad social está en manos de todos, el proceso para inmunizarnos también. 

Y, como sucede con todas las vacunas, habrá quienes se opongan a ponersela, quienes vean un complot detrás de nuestros esfuerzos para acabar con la desigualdad y, sobre todo, con la violencia contra las mujeres. Eso no debe desanimarnos, por el contrario, debe ser un indicador para alertarnos de que el trabajo para erradicar el virus debe redoblarse.