Una luz contra la delincuencia

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Por: Alejandra Salazar

La calidad de vida en México ha cambiado mucho en los últimos seis años. Lo puedo explicar muy bien cuando trato de entender lo que pasa en la ciudad en la que vivo, una de las zonas metropolitanas más grandes del país, la de Guadalajara. 

En 2014, cuando creíamos que nada podía ir peor, el observatorio Jalisco ¿Cómo Vamos? midió la percepción de seguridad que teníamos los habitantes en el AMG. El resultado: 4 de cada 10 personas se sentía con miedo. La seguridad y la corrupción fueron los temas de coyuntura en las campañas políticas del siguiente año. Un relevo, como tantos otros, en los gobiernos municipales con cambio de partido era inevitable.

 

Así fue, las administraciones municipales se poblaron con la esperanza de que ese cambio de colores traería la respuesta a nuestro miedo. Se habló de nuevos modelos de coordinación policiaca, de poner tecnología para la vigilancia, de invertir, de capacitar, de acabar con la impunidad. 

 

Tres años después, cuando el observatorio repitió su análisis resultó que la percepción de inseguridad había crecido: 6 de cada 10 tapatíos se sentía inseguro en su propia ciudad. Para el cierre de 2020, la Encuesta Nacional de Seguridad reveló que mientras en el municipio de Guadalajara son ya casi 9 de cada 10 personas las que se sienten inseguras, en Zapopan se tiene el parámetro de nuevo en 6 de cada 10.

 

Estas cifras nos dicen mucho más de lo que pueden hablar las estadísticas de denuncias presentadas, porque son la realidad que vive la gente en las calles: no importan los colores, no importan las políticas policiales, no importa la tecnología para la vigilancia; la verdad es que salimos a trabajar, a las compras, a nuestras actividades cotidianas con miedo. 

 

En 2019, Patricio Domínguez y Kenzo Asahi realizaron en Chile un análisis muy importante para explicar el fenómeno. Su línea de pensamiento se basó en una construcción cultural que hemos adquirido a lo largo de la historia de la humanidad: los delincuentes cometen sus fechorías en plena oscuridad. 

 

Los investigadores, entonces, se enfocaron en estudiar si de verdad había una relación entre la comisión de delitos y la cantidad de luz disponible. Pero cambiaron un tanto el paradigma: lo hicieron tomando en cuenta la disponibilidad de luz solar y no de luminarias. 

 

Así encontraron que, en Santiago de Chile, durante la primavera, cuando el cambio de horario permite tener una hora más de luz solar en el periodo en que la gente suele salir del trabajo hacia su casa, disminuyen hasta 20 por ciento las denuncias de delitos, particularmente aquellas que tienen que ver con los robos violentos o de vehículos.  Cuando el horario vuelve a cambiar en el otoño, el incremento en los delitos tiene una magnitud similar a la reducción de la primavera. 

 

Los resultados del trabajo de Domínguez y Akashi se replican en otras experiencias a lo largo del mundo. En Nueva York se ha demostrado que instalar luz en las calles reduce la incidencia delictiva hasta 36 por ciento. En Aguascalientes, en 2015, cambiar las luminarias tradicionales amarillas en un corredor por leds de luz blanca, redujo 42 por ciento la comisión de crímenes en la zona. 

 

A pesar de toda esta evidencia, en el Área Metropolitana de Guadalajara las autoridades siguen pensando en modelos policiales complejos y abandonan la idea de una renovación generalizada del sistema de Alumbrado Público. 

 

Desde 2014, los proyectos para transformar y poner a funcionar los cerca de 160 mil puntos de luz disponibles en los municipios de Guadalajara y Zapopan, se entrampan, se politizan y se judicializan. Las calles siguen oscuras y la percepción de inseguridad sigue escalando. 

 

Los últimos datos disponibles, de 2018, estiman que 4 de cada 10 luminarias en Zapopan estaban apagadas. Pero no sólo eso, con el presupuesto del municipio se siguen adquiriendo lámparas de vapor de sodio, cuya luz es opaca y amarillenta. En Guadalajara, en septiembre pasado, se anunció un proyecto para la instalación de luminarias a nivel de banquetas con un costo de 175 millones de pesos del que todavía no vemos avances. 

 

Sí, es cierto, nos hacen falta policías. Sí, también es cierto, hay que capacitarlos y darles las herramientas necesarias para que hagan bien su trabajo. Sí, es cierto, si queremos que den resultados y no se corrompan hay que mejorar sus salarios y darles mejores condiciones de seguridad laboral. 

 

¿Pero qué tal si comenzamos con inversiones menos onerosas, que además de mejorar nuestra seguridad, nos permiten ser también más productivos y disponer de mejores espacios para la recreación?

 

Yo creo firmemente que si queremos recuperar la tranquilidad de nuestras colonias, la paz para caminar por las calles sin miedo, lo más efectivo y la inversión más importante es la de poner una buena luz contra la delincuencia.